15 ene 2013

SMOKE



No recuerdo mi primer cigarro. El primero de verdad, quiero decir, no uno de aquellos que te daban en la comunión de tu prima ante la sonrisa permisiva y un tanto achispada de tus padres, y que consumías con la elegancia de un chimpancé con una trompeta. Es curioso, porque sí soy capaz de acordarme de la primera vez de muchas otras cosas, entre las que se incluyen lo que todos estáis pensando y también asignaturas suspendidas, visitas al dentista y piedras en la conciencia. Ahora que se acerca el final, me resulta extraño haber traspapelado entre el desorden de mi memoria el origen de una relación que me ha acompañado durante demasiados años como una novia ligera de cascos, sin la que crees que no puedes sobrevivir aún sabiendo que sólo te traerá problemas. Así que, dada la trascendencia del momento, he decidido inventarme un recuerdo hecho a medida, una imagen idealizada de aquel primer encuentro bajo un barniz de premonitoria ingenuidad. De verdad que me gustaría profundizar en este pensamiento, perderme sin prisa en cada detalle e interpretar el misterio de medusas que el humo dibuja antes de perderse para siempre. Pero la prudencia me obliga a guardar silencio, no vaya a ser que este cigarro que sostengo entre los dedos tan sólo sea el penúltimo.

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